Hace casi medio siglo, el historiador Luis Castañeda Guzmán podía describir el barrio de Los Siete Príncipes como la parte sureste de la ciudad donde "el señorial caserío pierde altura para terminar por confundirse con los campos de labranza, se levanta la masa pétrea, imponente y austera del monasterio de Nuestra Señora de los Ángeles, también conocido simplemente con el nombre de Los Príncipes". Así se había mantenido esa zona desde los orígenes de la ciudad de Oaxaca, en el siglo XVI, cuando la entonces Villa de Antequera se circunscribía a lo que hoy es el centro histórico de la capital del Estado y estaba rodeada por pueblos de indígenas y terrenos cultivados.
Panorámica aérea de la ciudad de Oaxaca
A fines del siglo XVIII, cuando la villa de Antequera hacía tiempo que había cambiado su título por el de ciudad de Oaxaca, tuvo lugar la erección del convento de Santa María de los Ángeles y Siete Príncipes, se inauguró el día 10 de febrero de 1782 en la parte oriental en las calles de La Calera, Leona, Nazareno, Balcón, Cometa, Larga, Toro y Sola, en el cual fueron depositadas las "monjas cacicas" de la orden de las Capuchinas Descalzas.
Imágenes tomadas del acervo de la colección del museo Universitario BUAP
Una de las medidas para imponer el catolicismo fue la creación de monasterios exclusivos para las hijas de los señores indígenas, como una forma de inculcar directamente entre las naciones indias el fervor cristiano.
Fotografía de vnededores fuera del mercado Benito Juárez en la Ciudad de Oaxaca
La existencia del convento comenzó de manera auspiciosa: los indios principales demandaron la construcción de un sitio que resguardaba a sus hijas que habían recibido las primeras letras en colegios monacales (pues las pupilas corrían el riesgo de atrofiarse o corromperse en la vida secular, para la que no estaban preparadas); a fin de lograr su petición, los caciques hicieron promesas de contribuciones económicas y en especie que excedían, inclusive, sus recursos. Sin embargo, juraron que cumplirían las pesadas cargas a que se obligaban.
Confiado en esos ofrecimientos, el Doctor José Gregorio Alonso de Ortigosa, quien condujo el obispado de la nueva Antequera entre 1775 y 1791, fomentó la construcción del convento de las Capuchinas Descalzas de Abajo, sin imaginarse que esto le ocasionaría durante el resto de su vida constantes y apremiantes preocupaciones, además de gastos considerables.
El obispo Ortigosa, animado por las promesas de los feligreses del barrio, promovió con una energía y prontitud la construcción del claustro. Para 1781, informaba que la construcción estaba terminada y, a principios del siguiente año, recibía a las monjas fundadoras: seis hermanas que hizo traer del retiro de Hábeas Christi de la ciudad de México, guiadas por su abadesa María Teodora de San Agustín. Dos meses duró el viaje de las profesas por el riesgoso camino de la metrópoli a Oaxaca.
Una suposición es que ya entrado el último cuarto del siglo pasado, el monasterio con la iglesia, casa del capellán y cerería, formaban un todo aislado en medio de una plaza.
La institución de Los Príncipes es un fruto característico del pujante y próspero Oaxaca del S. XVIII.
El templo original de Santa María de los Ángeles, según los rastros que Castañeda Guzmán hizo en la arquitectura, debió caracterizarse por su sencillez. Sin embargo, el erigir el convento anexo al templo, en 1781, los diseñadores tuvieron que modificar la fachada de la iglesia y añadirle un portalón abovedado con un arco en la entrada. Este imponente añadido distingue a la edificación de las demás de su tipo en la ciudad de Oaxaca.
Fachada de la Iglesia de los Siete Príncipes
Por pertenecer a una época en que ni el espacio ni la economía importaban gran cosa; la iglesia, sacristía, monasterio con dos patios y una huerta, más la casa del capellán y cerería, ocupaban conjuntamente una superficie aproximada de 7,000 metros cuadrados.
Tanto el monasterio como la iglesia están construidos con cantera verde. La arquitectura es adecuada al medio, sus formas achaparradas indican la preocupación de los constructores de la época colonial porque sus obras se conserven a pesar de los sismos continuos de la región.
Sus creadores se esforzaron por encontrar solidez sin descuidar la belleza del conjunto. Los constructores de Oaxaca colonial nunca olvidaron que la arquitectura es una de las bellas artes.
Castañeda Guzmán describe los estropicios que el monumento sufrió a manos de su propietario principal, el italiano Emiliano Branchetti, cuyos sucesores conservaron la propiedad hasta 1963. Por la codicia de Branchetti, la huerta del claustro fue estropeada, y el edificio fue rodeado de un "cinturón de miseria" al lotificarse los terrenos adyacentes.
En 1963, sin embargo, el gobierno adquirió los terrenos y el edificio del convento, a las señoras Irma Couttolenc Lundert y Beatriz Branchetti, para rescatarlo de la ruina. En dos años de trabajo empeñoso, la estructura fue limpiada y restaurada.
Fuente hubicada en el primer patio del exconvento los Siete Príncipes
Fachada del exconvento de los Siete Príncipes
FUENTE: Castañeda Guzmán, Luis, Templo de los Príncipes y monasterio de Nuestra Señora de los Ángeles, Ed. Fondo Estatal para la Cultura y las Artes, México, 1997 (Serie Dishá, Colección Historia).
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